Este año, el premio Monseñor Alejandro Menchaca Lira recayó en la trabajadora social de la Dirección de Bienestar Estudiantil, María Gabriela Soruco Beuret. Conversamos con ella para repasar sus treinta años de trayectoria en nuestra Universidad.

María Gabriela Soruco Beuret ni siquiera había sospechado que estaba siendo postulada al premio Monseñor Alejandro Menchaca Lira, entregada en el marco de las celebraciones por los 59 años de nuestra institución, hasta que recibió la llamada del Vice Gran Canciller Juan Leonelli, que le informó que sus colegas la reconocían por su labor, compromiso y valores de la comunidad UC Temuco.

Gabriela lleva 31 años trabajando para Bienestar Estudiantil en nuestra Universidad – hoy Dirección de Bienestar Estudiantil, dependiente de la Dirección General Estudiantil -, donde atiende y escucha día a día a cientos de estudiantes, gestionando los beneficios mediante los cuales ellos podrán continuar sus estudios. Comenzó sus labores en el campus Menchaca Lira, el 15 de agosto de 1987 (“ni siquiera había nacido el menor de mis colegas”, comenta). En ese momento era la única asistente social para los 800 estudiantes que entonces tenía la Universidad.

Tiene una memoria privilegiada, por la cual desfilan nombres, rostros e historias de cientos de estudiantes que han pasado por su oficina buscando soluciones y alternativas para poder continuar sus estudios. “Creo que la buena memoria es la única manera de poder estar. Si alguien habló conmigo antes de ayer, luego vuelve y yo no me acuerdo de nada, es como decir que no tengo ningún interés en la persona”.

Su profunda preocupación por “los chiquillos”, como les dice a los estudiantes, es un rasgo característico que la destaca entre sus colegas y las mismas personas que se han beneficiado de su trabajo. “Conozco mucha gente. Mis amigos me dicen ‘me carga andar contigo’, porque ando parando a cada rato, saludando gente. Yo los veo y de algún minuto para otro me acuerdo del nombre, se sorprenden porque me acuerdo del apellido y de repente hasta del segundo apellido. Nosotros trabajábamos con listas, no con computador, era la cabeza la que funcionaba”, cuenta.

“He conocido estudiantes con situaciones súper complicadas, esforzadas al máximo, y después me los encuentro y están bien, con un trabajo, trabajando en lo que ellos querían ser el día de mañana, cuando tenían 18 años. Eso me da una alegría muy grande”.

– ¿Cuál consideras que es tu sello en la atención a estudiantes?

“La verdad es que nunca me ha sido difícil tratar a los jóvenes. Yo pienso que a nadie le gusta hacer trámites, y menos ir a una oficina para contar problemas tan complejos como que no tengo plata, que me fue mal… Entiendo que no debe ser grato para un estudiante venir a hablar conmigo, que no me conoce, a contarme algo personal de su familia, entonces también he tratado que los chiquillos se sientan bien en la oficina. Siempre he dicho que todos los trabajos son importantes aquí en la Universidad, pero lo más importante es el estudiante. Para mí, el estudiante puede ser el número 17 que llega a atenderse hoy día, pero yo soy la primera persona a la que él le va a decir su problema, entonces yo no la puedo atender como que fuera mi número 17, lo tengo que atender como si fuera el primero, como se merece”.

– ¿Cómo recibes el premio Monseñor Alejandro Menchaca Lira?

“No sabía que estaba siendo postulada, sólo me enteré cuando me llamó el padre Juan Leonelli. Siento que la gente valora mi trabajo. Después que recibí el premio recibí muchos abrazos, mucho cariño, la gente estaba emocionada y eso también te llena el alma. Me decían ‘sentí que era yo también quien estaba ahí. Le agradezco muy sinceramente a toda la comunidad y a cada una de las personas, colegas de los diferentes estamentos y estudiantes, sus muy cariñosos saludos y abrazos recibidos desde el día de la ceremonia, los que han seguido hasta ahora. Eso ha sido lo más emocionante de todo esto y siento que la medalla es de cada una de las personas con las que compartimos el día a día y trabajamos anónimamente y en conjunto para el beneficio de los estudiantes y desarrollo de nuestra Institución.

El estudiante en el centro

El quehacer cotidiano de Gabriela, así como de todos los profesionales que trabajan en Bienestar Estudiantil, se desarrolla en contacto directo con los estudiantes y sus realidades sociales, familiares y económicas.

“Pienso en los estudiantes que vienen del campo todos los días a clases, que llegan a su casa a las 9:30 de la noche a comer algo y estudiar, y levantarse a las 6 de la mañana, y así pasan la carrera, se acostumbran a no marearse para estudiar en la micro, se van parados a veces. La gente no ve esas cosas, porque no hay espacio de conversación. No se conocen realidades que son tremendas, de harto trabajo y sacrificio, entonces todos tenemos que contribuir para que el chiquillo que viene con tanto sacrificio termine su carrera, pueda estudiar, no que les regalen la nota pero que sea acogido, informado, que se trate con cariño”.

Abordar esto requiere un amor por la profesión y un sentido del trabajo en equipo que permite buscar las soluciones más adecuadas para garantizar las condiciones materiales para la vida académica de ellos.

“Siempre hemos tratado en Bienestar de darle un sello distinto, no sólo tramitar, sino que se considere y se escuche al estudiante más allá de lo que él o ella pueda decir. Una podría solo hacer el trámite que quiere: suspender el semestre porque no tiene plata, por razones laborales del papá, cosas así. Yo le pregunto por qué va a suspender, porque así una se encuentra con casos de suspensiones que se pueden evitar. La idea siempre es que los estudiantes terminen. Me da susto que, porque yo no hice algo, porque no me preocupé, alguien pueda perder su carrera, pueda perder su posibilidad de desarrollarse, porque yo no fui capaz de darme cuenta qué le pasaba”.

– A tu juicio, ¿cómo se puede trabajar eso?

“Falta que las personas en la Universidad seamos más asequibles para los estudiantes, porque ellos son lo más importante, por ellos estamos todos aquí. Ellos necesitan hablar son su director de carrera, con sus profesores. Podemos estar ocupados y eso se entiende, pero el estudiante necesita que uno esté. Si bien las carreras requieren esfuerzo para terminarla, la idea es que no sea un Via Crucis, que no estén enfermos, que no les den ataques de pánico, ¿cómo va a ser eso normal? No puede serlo. Si la carrera te implica que no vas a poder dormir por estar estudiando, que vas a estar enfermo de los nervios, tienes que ver qué pasa”.

– Es una labor ardua.

“Alguien dijo una vez, ‘el secreto está en hacer lo ordinario de manera extraordinaria’, yo creo que ahí está la diferencia. De repente pongo la canción del Quijote, voy caminando y me acuerdo de la canción, pensándola, porque es verdad, a veces hay cosas que parecen imposibles, pero si una no soñara con lo imposible, nada sería cierto, nada podría ser”.

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